.. a pesar de todo lo que digan por ahí, los blogs sí están teniendo alguna consecuencia importante, aunque no está muy claro si esta es positiva o negativa: la democratización de la "popularidad".
Hasta la llegada de estos diarios, la
"fama" -siempre entre comillas-, era patrimonio de una minoría, y su daños, por tanto, eran bastante limitados; lo que no quita para que ya fueran conocidos.
Pero desde la llegada de las bitácoras, y sobre todo desde su "popularización" con la llegada de las herramientas adecuadas, los efectos perniciosos de la
"fama" no sólo son más visibles, sino que se han extendido sin medida.
Desde que cualquier persona puede pasar del anonimato a la "popularidad" con sólo perder cada día unos minutos en escribir lo primero que se le ocurra, desde que cualquier
idiota se permite -y le permiten- opinar del bien y del mal en cualquier página chapucera, los efectos de la
"fama" se han democratizado y la imbecilidad que normalmente genera ya no es patrimonio de una minoría selecta, sino que afecta a toda la gente.
Una gente que ya no se conforma, como antes, con admirar y aplaudir a los escritores de turno, sino que aspira a ser
"famosa" por ella misma, aunque para ello tenga que escribir con todo lujo de detalles sobre la última vez que se masturbó, lo caliente que estaba la leche en el desayuno o lo mucho que quiere a su osito de peluche. El caso es llegar a "ser alguien" en el hermético círculo y aparecer como tal en los chats de turno, ser entrevistado en los portales creados para la ocasión y hasta grabar cuñas para radios fantasmas. Todo vale, que la vida es muy corta y hay que sacarle partido.
Los efectos que esto puede ocasionar están por ver, pero está comprobado que la exposición a la
"fama" durante más de cinco minutos produce en muchas personas daños tan irreparables como la exposición al sol en los ojos de un vampiro, aunque con una particularidad, en el caso de la
"fama", la única protección que existe es la inteligencia, que es una de esas pocas cosas que no se pueden comprar, como ocurre con una buena persiana, en el corte inglés.