El "culebrón" cortell o la mujer del cesar. Siempre me ha llamado mucho la atención todos los atentados contra el libre albedrío que se hacen en nombre de la libertad.
Un concepto tan gastado, tan inútil e incluso ridículo que acaba cansando al más pintado y oliendo a putrefacto, por más que siga pareciendo muy bonito y todavía haya guitarreros que le dediquen canciones y pancartistas que les pongan lemas.
Una de las peores consecuencias semánticas de la libertad es que permite crear el papel de libertador: un individuo convencido de que la libertad empieza por uno mismo imponiéndosela al prójimo con una seguridad absoluta en que le está haciendo un favor.
La historia está llena de este tipo de personajes, que comienzan cazando ideales como quien caza moscas... hasta que alcanzan amoldarlos a su bolsillo
La técnica habitual de cualquier proyecto demagógico, ya sea político, religioso, o, como en este caso, de marketing personal de promoción, es siempre el mismo. Consiste primero en inventar un victimismo basado en algún sentido de agravio colectivo que exija su correspondiente redención para, a continuación, "promocionarlo" convenientemente aprovechándose de la buena voluntad ajena.
Dicho en otras palabras: A partir de una causa justa, ( y esta, evidentemente lo es), se elaboran discursos grandilocuentes según normas de cualquier manual populista de barrio en los que no se albergue la más peregrina duda sobre la identidad de los buenos y de los malos, después sólo queda esperar a que la masa cabreada pique el anzuelo y haga de "tontoútil".
Y hete aquí el culebrón cortell sazonado con todos los ingredientes: una justa causa para encender al personal, unos odiosos culpables a los que satanizar convenientemente, una ofendida e iracunda "victima" que se cree tocado por el dedo divino y esos mecanismos de repetición que lo mismo valen para un roto que para un descosido y que se ponen al servicio de cualquier memez : los blogs.
Y aunque la cantidad de bitácoras que han dado su opinión (por supuesto sin que nadie se la preguntara y, lo que es peor, sin que a -casi- nadie le interese) han hecho de mí todo un experto en el tema, al final me he embarullado de tal manera que por ahora sólo he sacado una conclusión: Cuando uno pretende ir de "víctima" enarbolando la bandera de la demagogia y del populismo más infumable se arriesga a que otros le saquen los colores.
Menos mal que el interfecto tiene una formidable opinión de sí mismo, que no hay post, comentario o discurso en el que no presuma de tener un talante estupendo, de ser un abanderado de la libertad de lo más plus y de apostar por el "romper las caenas" hasta cuando va al retrete.
Es tan bueno, y estamos tan agradecidos que se nos haya aparecido para aceptar a su pesar el destino de guiarnos, de salvarnos de nosotros mismos, que no queda más remedio que postrarnos a sus pies.
Ni la más mínima autocrítica, ni la más mínima duda. Desde su fotografía de "yyuuppiiee" "!yupiiiii!" cercano sonríe, arcangélico, pura bondad a la que sólo le falta una aureola y curar a un leproso con tocarlo, que todo se andará.
En otro momento, todo esto no iría más allá de la anécdota. "Mira qué tío más simpático, pobrecito", diríamos. Y punto. Pero en los tiempos que corren, con los blogs, con toda la parafernalia que los rodea y con la gente dispuesta a zamparse cualquier cosa que venga etiquetada como moderna, fashion o tenga el apellido "sin fronteras", cada tontería se propaga con la rapidez de un virus por el micromundo blog.
¿El resultado final? se acaba haciendo un daño mortal a la credibilidad de las bitácoras. No hace falta ser muy inteligente para comprobar lo fácil que es, hoy por hoy, manipularlas; Basta un protomártir que sea capaz de disimular medianamente bien sus intereses personales bajo el barniz del agravio, una teoría conspiratoria creíble, y a esperar.
Luego dirán que no nos toman en serio.
Al final la duda es la de siempre, ¿quién nos puede liberar del libertador?, y como siempre sobre la respuesta planea la sospecha de que el libertador que nos libere peor libertador será.