Nos cuentan que ...
"- Me pica, me pica, me pica ¡me piiiiiiiiica!"
"- Que no pude ser, pocholo, cariño mío, que es imposible. El profesor orihuela me dijo que el servidor no tenía contacto con ninguna terminación nerviosa conectada al sistema nervioso central ni nada por el estilo. Aunque pagarás tres meses por adelantado no puedes notarlo, es imposible."
"- ¡Te digo que me pica y me pica! Además, me cuesta dormirme y tengo pesadillas muchas noches con el technorati y el laberinto del wordpress de las narices, que ni me sirve para mejorar el pagerank ni nada. Están todo el rato metiendo anuncios de mozilla subliminales o abren ventanas holográficas que me cortan toda la concentración."
"- Bueno, pues mañana tendré que llamar al asesor de nanotecnología del cole para que te haga una revisión concienzuda. Yo no puedo hacer más, cariño; ya sabes que lo necesitas para poder hacer frente a los retos que te vienen a partir del segundo semestre. Los demás niños de tu clase no deben partir con ventaja con respecto a ti. Acuérdate siempre de esto pocholo: tú también eres elite, perteneces, no puedes quedarte atrás de ninguna manera."
Pocholo lo sabía perfectamente. De hecho, no le gustaba lo más mínimo cuando uno de sus compañeros aparecía con algún nuevo implante sistémico o demostraba conocimientos excesivos en álgebra o física cuántica. Además, se llevaban todas las atenciones de los profesores, que siempre se mostraban muy interesados en este tipo de avances y ejercían un seguimiento especial sobre estos alumnos que acababan saliendo en los papeles y todo.
Siempre eran los mismos: eduardoarcos, juan varela, alvaroibañez, héctorgarcía, diegolafuente, nachoescolar, enriquedans; tan guapos, altos y lampiños. Llenos de voluntad, preparados para todo; repletos de datos, idiomas, fórmulas matemáticas, criterios empresariales. Todo. Habían nacido para ser líderes, lo tenían todo a su servicio. "Y seguro que a ellos no les cuelan caídas de mierda ni les colocan los servidores obsoletos de sus hermanos mayores. Seguro", pensaba continuamente el pobre pocholo.
En cuanto a su situación actual, ésta no se correspondía ni con su apellido ni con su pasado. Al principio había sido importante, respetado, poderoso.. hasta que dejó de serlo. Tras la implantación del modelo "globalización", su abuelo había apostado por seguir encerrado en su mundo de recuerdos gloriosos "El hombre sólo necesita dos cosas en la vida: comer y dormir. Siempre que tenga para dar de comer a "mí gente" lo demás sobrará. La endogamia es como los ladrillos, una inversión segura".
En el fondo, el abuelo de pocholo era un idealista, creía en el sentimiento de "comunidad" y, en el fondo, en el ser humano. Pero claro, la clase media empezó a desaparecer mezclada entre la nueva avalancha de neófitos deslustrados, la comida fresca se convirtió en un lujo hasta para las elites y los comprimidos alimenticios comenzaron a dominar el mercado. Los nuevos ricos tomaron la iniciativa y todos los que pretendían sacar beneficio de la nueva situación, de norte a sur y de este a oeste, se lanzaron a la imposición de estos preparados para proveer de alimentación a sus protegidos. Todo eran nuevas ventajas: los recién estrenados líderes creaban departamentos de opinión para captar en serie a los nuevos y mucho más manejables pupilos que apenas daban problemas, mientras los de maximización de recursos humanos lloraban de alegría, alborozados tras encontrar la manera de acabar con la maldita hora destinada a la comida.
Tras aquello, la familia de pocholo mantuvo algunos bienes, pero ya nada volvió a ser como antes.
Por supuesto él no comprendía nada de aquello, sus principios no se lo permitían. No podía entender que aquel mundo de perfección y refinamiento que habían creado entre todos se estuviera derrumbando de una manera tan injusta y "su gente" le abandonara de semejante forma.
Aquella tarde, sentado en la cama, enfurruñado mientras pensaba en el picor de su brazo y miraba como la ciudad se recogía como un cangrejo ermitaño, uno de los pocos amigos que aún permanecía a su lado pasó a la altura de su ventana para quedarse ingrávido frente a ella, en silencio. Él observó la escena con admiración. El amigo le saludó estirando el dedo gordo. Pocholo le devolvió el saludo. Eran las ocho de la noche, había que salir a patrullar por la red.