Nos cuentan que...

... se acumulan los correos provocativos, provocadores y (muy) quejicas incitándome a "opinar" sobre una de esas rituales y publicitarias listas que cada cuarto de hora se publican en alguna bitácora destinadas a saciar, con sus deslumbrantes enlaces, los infinitos egos de los que allí aparecen, bitacoreros convencidos de que su blog es la más sublime y ancestral representación cultural de la nueva era tecnológica y que jalean su inclusión en la misma con los típicos gestos zalameros y serviles.

Mi antipatía hacia estos temas es racional, visceral y eterna. No, no es cierto. Acabo de recordar que ésta me gusta, aunque parece que nadie de los que han quedado fuera de ella comparte mi alegría. Cosas de la previsible vida. Reconozco que su autor está en posesión de esa cosita tan prestigiosa llamada universo propio y que es sincero. Reconozco encontrar modélicos muchos de sus post (aunque muchos otros me inspiren grima) y, en general, sus intenciones y sus proyectos siempre me han parecido muy respetables. Tiene todas las virtudes de la especie: sabe mantener el plano en cada momento, el segundo lugar no es tan malo, la discreción y el dialogo por bandera y las palabras como parapeto.

Me molesta en cambio ese don para la obviedad que tanto profesa, esa máquina de palabras que no dicen nada, esa sinuosidad que a él le ha resultado tan práctica, esos abrazos sin sentido, ese interés por ganarse su propia y generosa imagen. Llega un momento en el que se tiene miedo a estropear la propia biografía, por eso lleva aparejados montones de pequeños gestos que quitan autenticidad a los grandes. Siempre he pensado que forma y fondo son indisociables. Lo segundo tiene un prestigio exclusivamente intelectual, pero por lo que se ve, sólo el envoltorio tienen capacidad de arrastre. Y ahí sr. jj, no tengo más remedio que inclinarme ante usted. Me gusta la lista de los cien de atalaya 2006. Ya está dicho. Dejen de darme el coñazo.

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