Taurofilia. Y a desjarretar lo llaman "suerte"

Reconozco que juzgar algo desde fuera, sin enterarse de nada y sin hacer el menor esfuerzo para captar su interés (si lo tiene) o su presunta belleza (si la hubiera o hubiese), no es la mejor manera de hacer las cosas. Por eso me resulta tan difícil acercarme a una bitacora dedicada a lo que jovellanos ya negaba que fuera la fiesta nacional: "del todo el pueblo de españa apenas la centésima parte habrá visto alguna vez este espectáculo".

La cosa se me antoja complicada. No puedo ni quiero abandonar mis prejuicios con causa y ancestrales al hablar sobre algo tan sanguinario y cobarde como es convertir en un mezquino y sensacionalista espectáculo, la muerte de un animal. Sin embargo, y por más que me joda reconocerlo, tengo que partir de una tesis evidente: si las mentes más preclaras de españa se han ocupado de la tauromaquia, (desde los escritores del 98 que veían los toros como un símbolo, en palabras de azorín, de esa "españa de pandereta", hasta la modesta elegancia de antonio machado cuando afirmaba "y antes que un tal poeta, mi deseo primero hubiera sido ser banderillero"), quiere decirse que el tema merece, cuando menos, atención y estudio. Y los blogs, salvando las distancias, parece que tampoco están dispuestos a quedarse al margen de utilizar esta pasión para pontificar sobre pedagogía, ética, sociología, psicologia, tremendismo, metafisica, política, cultura, negocio... o de todo a la vez.

Pero mis ganas de hacer mala sangre y risas con semejante y lamentable afición a capear, banderillear, parchear, muletear y matar animales, se ven frustradas cuando tropiezo con gente tan fría, presente, cultivada, sin olor a rancio, con unos modales y un verbo razonable, tan poco agrestes, con tantas vueltas y recursos, de tan difícil caricatura, y tan alejado de esa irritante pasión cerril que esperaba encontrarme acompañando a los partidarios de algo tan irracional. Y me empiezo a descolocar.

El tema me sigue resultando profundamente desagradable, su estética la de un barroco y redondo gallinero agresivo e hirviente, y sus seguidores una chusma sangrienta enardecida y exaltada que pide la muerte a gritos, pero la fuerza expresiva y didáctica que demuestra el autor de la bitácora, su capacidad para el razonamiento, su agilidad, datos, mordacidad y sarcasmo, su verbo afilado y algo chulesco, su rica y generosa cultura, son para quitarse el sombrero.

Una pena y un desperdicio. Ojalá que el talento que demuestra le sirva algún día para comprender que la higiene mental de cualquier espectador sensato tendría que estar irremediablemente enemistada con contemplar semejantes y tenebrosos ejercicios de sadismo. Una opinión, la mía, evidentemente esta vez mucho más visceral que ecuanime.

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