El lobo se abate sobre el ganado lanar, degüella siete ovejas y se permite el lujo de comerse sólo una. Este rito de supervivencia no deja de tener cierta belleza silvestre, si uno olvida la carnicería en sí. El predador cae de manera fulgurante desde la espesura del bosque, instala súbitamente la ráfaga de dientes en medio de la grey y entonces se produce una desbandada de largos balidos que aún excita más su mecanismo de destrucción y los jugos gástricos. En cosa de segundos, el sol ilumina la victoria en la ladera desierta. Allí quedan algunas víctimas abatidas sangrando por la yugular, los pájaros cantan y el lobo se pone a merendar bajo la brisa entre perfumadas margaritas.
El párrafo anterior me ha hecho ver lo malo que soy y, sobre todo, lo mal que he tratado a algunos blogs. Por eso quería, imbuido por el tierno, sensible, y acaramelado espíritu navideño, ser bueno y salir hoy de caza con el proposito de no hacer sangre. Ni tan siquiera despotricar un poco. Por lo menos hasta que me hubiera comido las uvas. Créanme. De verdad.
Pero mi gozo en un pozo. La mala suerte que parece perseguirme cada vez que intento reconciliarme con el mundo y enterrar para siempre los instintos depredadores (soy bueno, de verdad, lo intento, soy bueno) ha hecho que acabe en lamerseelcodo, un santuario de quiroexpresividad hadcore capaz de despertarle el lado más revoltoso hasta al mismísimo gandhi en plena sobredosis de sosegon. Y así no hay manera. A los tres minutos de empezar a leer semejantes raciones de presuntas gracietas, más propias de un rancio bar de carretera que de un medio de expresión del siglo XXI, todas mis melifluas intenciones se han ido al garete.
Lo he intentado pero no ha habido manera. Lamerse el codo es una zafia mezcla de las típicas, manidas -y ya muy apolilladas- sandeces que siempre cuenta el intercambiable cuñado coñazo en todas las bodas (después de meterse unos lingotazos del fundador), y las tres fotos frikis que encuentras decorando las paredes de cualquier caseta de verbena de extrarradio en directa competencia con la muñecachochona, el perrrritopiloto y los últimos éxitos del fary.
Paso por su cutre diseño, paso por la retórica presentación que su autor hace de semejante bodrio, y hasta paso (y ya es pasar) por los pastelosos comentarios empapados de merengue que lo salpican, pero se me hace imposible digerir la cantidad de majaderías, raciones de chistes gañanes y mediocres chascarrillos -a cual más impresentable-, en que este infumable imitador de chiquitodelacalzada -en versión castellanomanchega- intenta convertir su hospicio chusquero.
Borjamari