Nos cuentan que...
... sin que sirva de precedente, y por razones que no vienen al caso (aunque nos toquen muy de cerca -tomarse la vida sin-prisa podría traer malas consecuencias para algunos que nada tienen que ver -directamente- con el tema-), la política llega al "borjamari".
Sabido es ya de todo el mundo que unas desafortunadas declaraciones de cierto venerable anciano han causado quebrantos y sin sabores a las más altas esferas de su propio grupo, con repercusiones prácticas y alguna que otra veste desgarrada, y sabido es también que en ciertos medios a los que iba dirigida la andanada se ha llegado a interpretar como atentado contra la democracia la consideración más o menos divertida que cada cual ha hecho acerca del desliz bocas del conocido mandamás.
Y tiempo les ha faltado a las bitácoras para atizar el fuego con gasolina.
No soy de los pecadores, en letras públicas al menos, pero como de vez en cuando se me ocurre lamentar el siniestro estado de los blogs denominados "políticos" (uno de los grupos más vergonzosos del ecosistema y que junto con la lacra de los "comerciales" más están haciendo por la evaporación de un fenomeno que se desinfla a pasos agigantados) me siento empujado a echar un cuarto a espadas y decir mi opinión, que, por lo pronto, puede y debe resumirse en esta afirmación de carácter general, que no es invención mía, vaya eso delante: el concepto mismo de democracia y, por supuesto, su propia realidad, llevan implícita su crítica, y todo lo que sea negar o limitar este derecho al libre juicio, atenta contra la democracia misma.
Parece lógico, además, que en un sistema absurdamente dividido en izquierdas y derechas, como es el nuestro, sirva de blanco cada bando a la chacota del otro, pues es un arma legal esa de reírse del contrario, y existen para eso especialistas en cazar los deslices del de enfrente y en colocarlos en la picota más visible. Los caricatos y caricaturistas se cuentan entre los de esa especie, de eso se nutren y para eso sobreviven. Cuando se juega limpio, y nadie siente que le falta tierra debajo de los pies, se acepta el intercambio de cohetes, incluso se instrumentaliza, y allá me las den todas, dice el que está seguro de sí mismo. Porque la inseguridad personal, aunque también la idea exagerada que se tenga de sí, impide recibir con sonrisas la muestra de humor ajeno. Jamás lo toleraron robespierre y napoleón, jamás chateaubriand y d´annunzzio, siempre talleyrand (que lo ejercía), y siempre pitt el joven, que era, además borracho y había por dónde cogerlo.
Lo de que el humor sea cosa de derechas está por demostrar, al menos en españa, donde, además ni el concepto de humor ni el de derechas andan demasiado claros; pero cierto filme de charlot muestra y demuestra que también las izquierdas lo tienen por cosa suya. Lo que sucede es que aquí nos gusta mucho poner a los demás como chupa de dómine y no aguantamos, en cambio, la viceversa, del mismo modo que nos atribuimos los beneficios del sistema político que sea y se los negamos al de enfrente, porque lo que nos gusta, lo que entendemos como el colmo de la perfección es la ley del embudo. Y que conste que de esta afirmación tan general excluyo a ciertas personas, difícilmente a grupos. La mencionada ley figura en el programa político de casi todos los españoles, y lo chocante es que en estos días de exhibición teórica y doctrinal por todo lo alto y al son de bombo y platillos, nadie se tome el trabajo de recordarla en unos blogs, los empeñados en ser "políticos", que llevan tiempo empatados a ver quien dice las mayores tonterías y así hacer méritos en su carrera de aspirantes a ridículos palmeros cuyo único fin es ser más papistas que el papa.